“Nunca nadie se ha opuesto a que las mujeres trabajen. A lo único que hay objeciones es a pagar a las mujeres para trabajar”. Gladys Strum, política de Saskatchewan, provincia del oeste de Canadá.
A principios del s. XX en las ciudades había un elevado número de puestos de trabajo en fábricas en las que la presencia de las mujeres era absolutamente mayoritaria. En el caso de A Coruña las principales eran: la fábrica de tabacos, la de cerillas, la de tejidos y las relacionadas con la pesca, el salazón y las conservas.
En todas ellas la rentabilidad se basaba en la alta rotación de productos y, dada su escasa y tardía mecanización, esto se traducía en la necesidad de mano de obra intensiva… y barata. Eran obreras porque trabajaban en fábricas. Y porque trabajaban en fábricas la historia del sindicalismo las ha calificado, y sigue haciéndolo, de (casi) reaccionarias, por ser más reticentes a las protestas organizadas desde el sindicato. Revisemos el enfoque.
A pesar de las diferencias de producción, las trabajadoras de estas fábricas presentaban algunas características similares:
1) El pago de su trabajo por “obra hecha”: Esta circunstancia explica, en buena medida, la escasa participación de las mujeres de las fábricas en las reivindicaciones como la del primero de Mayo o la lucha por las ocho horas de trabajo de jornada máxima, ya que si se pagaba por obra hecha, no les favorecía.
Por similares razones, tampoco se mostraron muy participativas en las múltiples huelgas generales anteriores a 1936. Lo cierto es que gracias a que las mujeres seguían trabajando, en las casas entraba al menos un jornal que “permitía” a maridos e hijos ir a la huelga.
2) Las diferencias salariales con respecto a sus compañeros: entre un tercio y la mitad menor. Contra esta discriminación no había huelgas de protesta (ellas no se lo podían permitir y a los hombres no les interesaba).
3) Las formas de protesta empleadas por las mujeres en las fábricas: fueron, hasta bien entrado el s. XX, “más espontáneas y más viscerales” (en forma de motín) que organizadas previamente, ya que no disponía de ese tiempo de «reunión» que si se tomaban los obreros para organizar las huelgas. Entre los motivos de protesta destacaban:
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– Los relacionados con abuso de autoridad por parte de los jefes.
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– La falta, o mala calidad, de la materia prima que trabajaban: no podían trabajar o el resultado era de mala calidad y a ellas les pagaban por “obra (bien) hecha”.
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– Demandas de aumento del pago: no es correcto decir salarial ya que no les pagaban por su tiempo de trabajo. Cada pequeña mejora tenían que negociarla duramente a costa de su maestría (que no se pagaba por calidad sino porque conseguían producir más).
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– En apoyo a otros colectivos en huelga: de hecho han sido extraordinariamente solidarias en todos los ámbitos, tanto apoyando protesta como prestando apoyos familiares.
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– Por tensión y rivalidad originada entre sindicatos de diferente signo ideológico (la mayor parte, excepto en las organizaciones de cigarreras, dirigidos por hombres).
4) La convivencia familiar dentro de la misma fábrica: Era habitual que coincidieran varias generaciones de mujeres de la misma familia, por el derecho preferente de las hijas cuando se precisaban nuevas operarias. Algo que tiene relación con el contexto de miseria y la interpretación de la implicación y el conocimiento por parte de las organizaciones (públicas y privadas) de la época.
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– Así como en los hombres era habitual cambiar de fábrica o de edificio a lo largo de su vida, en el caso de las mujeres no se daba esta situación. Es decir, un elevado número de mujeres podía superar los 60 años de permanencia en la misma factoría ya que entraban con 9 o 10 años y trabajaban hasta que el cuerpo aguantase.
La prensa local recoge noticias de trabajadoras ancianas fallecidas durante el trabajo. Cuando se entraba en la fábrica, era para toda la vida
5) La tardanza en asociarse sindicalmente: Esto obedecía a varias razones entre las que tenía un peso importante la oposición que, en algunos casos, ofrecían sus compañeros a dejarlas asociarse, tanto formando nuevas organizaciones como “permitiéndoles” asociarse en las ya existentes que estaban dirigidas por hombres.
Las cigarreras fueron las que lograron organizarse con más eficacia, alcanzando mejoras salariales con respecto al resto de los colectivos de operarias de las restantes fábricas. Hasta que finalmente se empezaron a mecanizar y para estos puestos, con notables mejoras y para las que no se les proporcinaba formación con las máquinas, se fue priorizando la entrada de los hombres.
1 comentario
Iago · 9 septiembre, 2018 a las 12:26
Creo que te interesa este libro que acaban de presentar: A Fábrica de Tabacos da Coruña e a Fábrica de Mistos: Factores de transformación dunha cidade (Círculo Rojo)
Parece que su autora, Ana Naseiro, y tú tenéis una visión y conclusiones parecidas:
«El papel de la mujer en el nacimiento de la lucha obrera está mal planteado historiográficamente. Parece que los hombres son los cabecillas, cuando es al revés. Son las mujeres quienes deciden rebelarse»