Huelga de lavanderas

Hasta que las innovaciones técnicas y las mejoras de las redes de suministro de agua y electricidad llegaron a las viviendas, el lavado de ropa de las familias acomodadas era realizado por mujeres especializadas en este tipo de trabajo. De aquella los censos eran escasos y las estadísticas, de lo que ahora llamaríamos tamaño del mercado, inexistentes, pero había una legión de mujeres (y algunos, pero pocos, hombres) que soportaba duras condiciones y abusos.

La falta de agua corriente y la escasez de espacios apropiados en el interior de las viviendas obligaba a utilizar los lavaderos públicos o en la orilla de los ríos. El trabajo era especialmente ingrato y con especiales consecuencias para la salud ya que debían permanecer muchas horas de pie y dobladas sobre las tablas o piedras de lavar, en un ambiente húmedo e insano, con las manos mojadas y atacadas por los componentes de los jabones, creando así un clima propicio para catarros, afonías y dolores de huesos y músculos, sin olvidar la posibilidad de contagio de la ropa sucia de los enfermos.

Lavadero de Montes-OzaAl trabajo de lavar, entender y recoger la ropa había que añadir las caminatas que muchas debían realizar, cargadas con la colada por caminos intransitables. Así lo cuenta una de las privilegiadas que podían pagar por el servicio:

Y es que recuerdo aún con estremecimiento las manos moradas y destrozadas por los sabañones reventados de las lavanderas, esas mujeres que venían a nuestras casas en busca de la colada diaria, una circunstancia que hoy nos sacudiría las conciencias, pero que entonces lo asumíamos con la mayor naturalidad del mundo.
La cantidad de ropa para lavar era considerable, en la medida que abundaban las familias numerosas. La que no podía asumir la criada en la propia casa, era entregada a las lavanderas, junto con el correspondiente trozo de jabón, adquirido al por menor y en barras de 40 centímetros (…) Después de anotar con minuciosidad la clase y número de piezas entregadas, estas heroicas mujeres las introducían en el pesado cesto que subían a los pisos sobre sus cabezas, para después descargarlos sobre los lomos de los burros que dirigían al gélido río para iniciar su dura labor, de rodillas, sobre cualquier piedra lisa de la orilla. Una vez lavada, tendida y seca, era devuelta después de una semana y de la misma forma a los hogares, donde la señora comprobaba que nada faltara para pagar los servicios.

Pero lo peor era la incapacidad para ganarse la vida por la falta de agua durante las sequías o los problemas de abastecimiento y surgía la rivalidad entre las mujeres que, con frecuencia, acababan en reyertas que incluso precisaban la presencia de las fuerzas públicas para calmar los ánimos. En más de una ocasión, llevaron sus quejas a la prensa, que eran recogidas en este “tono condescendiente”:

Un grupo de estas humildes cuantas simpáticas trabajadoras vino ayer en son de ruego a nuestra redacción. Estas mujeres de nuestro país no sueñan en pedir gollerías. De ellas, laboriosas y esclavas de su hogar, a los marimachos sufragistas, hay un intervalo infinito. Veamos, sino, cuál es la aspiración de las lavanderas de Elviña.

Para venir de sus casas y regresar, transitan por un antiquísimo camino vecinal, que desde el puente de Monelos baja al lugar de los Molinos bordeando la tampia de la Huerta del General, frente a la Pente de Pedra, bifurcará luego en dirección de Elviña y de San Cristóbal.

Este camino, completamente destrozado ahora, en invierno es absolutamente intransitable. Las aguas del río y las lluvias lo anegan, llegando a tal nivel, que las caballerías se entierran hasta el pecho. En esta época del año, las lavanderas obtienen del director de la Granja el favor de dejarlas pasar por el interior de ésta, ahorrándose así uno de los peores trozos del camino; pero esto, sobre lo gravoso y molesto, no tiene razón de ser habiendo un camino público que debe estar habilitado en forma para el tránsito. Que sea arreglado, ya que resultaría fácil y económico, es lo que piden las lavanderas.

De la parroquia de Elviña pasan por allí más de cien de éstas los días de recogida y entrega de ropas. )…) Nosotros recogemos el ruego de las simpáticas lavanderas y lo trasladamos íntegro con nuestra más especial recomendación a los diputados provinciales. La Voz de Galicia, 16-4-1913

 A cambio de este duro trabajo que realizaban, los salarios de las lavanderas eran de los más cutres de todos los que realizaban las mujeres (siempre por debajo de los realizados por hombres, aún siendo los mismos). La situación era semejante en todos los lugares. Según el censo de 1905, en Barcelona las lavanderas cobraban entre 2 y 3 pesetas diarias, uno de los salarios más bajos de todos los trabajo realizados por colectivos femeninos [M. Tatjer Mir, 2002:13].

Esta situación de franca desventaja fue lo que llevó a un buen grupo de lavanderas de A Coruña, que durante la huelga de 1907 eran unas mil, a organizarse sindicalmente integrándose inicialmente en el centro de oficios “La Heterogénea” formando luego una asociación propia: “El Alba de lavanderos y lavanderas”.

En mayo de 1907 anunciaron que iban a subir las tarifas y, pocos días más tarde, la prensa recogía la noticia de que se acababan de asociar, al tiempo que comunicaban al público las nuevas tarifas y las novedades introducidas en el sistema y periodicidad de recogida y entrega de la ropa.

Se ha confirmado la noticia. Las lavanderas de La Coruña y de fuera de La Coruña, constituidas en gremio y asociadas a lo que parece a La Heterogénea, centro de oficios varios reorganizado últimamente en el pueblo, reparten profusamente desde ayer una hoja con la tarifa de los precios que podrán en vigor desde primero de mes (…) Hay en las observaciones generales alguna que han de parecer particularísimas.

La ropa que tenga más uso que el de una semana, siendo ropa interior, pagará precio doble y lo mismo será si es ropa atrasada (…)

Las prendas que no lleven las marcas de la casa respectiva, no será responsable de ellas la lavandera en caso de extravío.

La ropa sucia se recogerá los domingos de cada semana desde las ocho de la mañana a dos de la tarde y sin limitación de hora dentro de las que se señalan, y de lo contrario quedan para otra semana.

Cuando se tenga que recoger la ropa fuera del plazo que se señala, se pagará dos pesetas con cincuenta céntimos por el viaje que tiene que dar la lavandera para hacer la recogida.

El pago del lavado de ropa se hará por semana”. (La Voz de Galicia, 25-5-1907)

Los nuevos precios del lavado –de 4 a 5 duros semanales por familia- parecieron excesivos a muchos de los usuarios, de modo que los cronistas locales presagiaban fuertes tensiones y posible huelga. Este aumento significaba, para las lavanderas, un aumento razonable de entre diez y quince céntimos semanales por persona, pero los detractores de la huelga argumentaban que se trataba del doble de lo que se venía pagando por los mismos servicios. La huelga de las lavanderas empezó el 1 de junio de 1907, prolongándose ininterrumpidamente durante dos semanas, y contó con una elevadísima participación. A pesar de las noticias contradictorias que ofreció la prensa local durante los días de la huelga con la evidente intención de romperla, lo cierto es que la participación de las lavanderas fue mayoritaria.

Se pusieron guardias municipales en los principales lavaderos y en los día siguientes de la huelga, para evitar coacción y peleas, el gobernador dispuso que un buen número de guardas civiles de caballería e infantería recorriesen los caminos de entrada a la ciudad para evitar que se impidiese a las lavanderas que deseaban trabajar llegar a las casas a recoger o entregar ropa, según informaban los diarios de la época.

Esta huelga fue muy significativa, ya que se trataba de la primera de un colectivo mayoritariamente femenino que no trabajaba en una fábrica. Puede que esta novedad fuese sentido como un peligro de contagio a otros colectivos de mujeres que trabajaban al servicio de patrones individuales, una poderosa razón que explicaría, por lo menos en parte, a posición tomada en su contra por los comentaristas de la prensa local, individuos también afectados en su vida familiar por esta huelga.

¿Que pasó después? ¿Consiguieron sus objetivos? Por no alargar aún más el post, lo contaremos en la segunda parte.

Fuente documental: «O orballo da igualdade»

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Isabel Iglesias

Experta en análisis estratégico y dinamización de la información. Investigadora de nuevas realidades, alérgica a los tópicos, bloguera... Productora y guionista. Desde 2009 uniendo Cine e Investigación para contar esas nuevas realidades por descubrir como la película Máscaras. En desarrollo dMudanza, componiendo la polifonía de voces de reflexión de la ciudad.

4 comentarios

Cuando los trapos sucios no se lavaban en casa (I) | IG | In-formación · 11 noviembre, 2014 a las 8:10

[…] Publicación original: enIgualdade […]

Cuando los trapos sucios no se lavaban en casa (II) : enIgualdade · 13 noviembre, 2014 a las 10:41

[…] Previo […]

Cuando los trapos sucios no se lavaban en casa (y II) : enIgualdade · 13 noviembre, 2014 a las 10:43

[…] Previo […]

Cuando los trapos sucios no se lavaban en casa (y II) | IG | In-formación · 13 noviembre, 2014 a las 11:00

[…] ¿Que consiguieron las lavanderas con su huelga? […]

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