Hasta la llegada de los formatos domésticos eso de quedar en casa de alguien para ver una peli dependía necesariamente de lo que programaran en televisión. En aquellos tiempos de la aparición del VHS, el Beta y otros formatos que se quedaron en el camino es cuando se asentó esta bonita costumbre. Porque lo es, claro que sí.

En estos 30 (uf!) años no sólo han variado los artilugios, también los contenidos y tratamientos. Me quedaba perfectamente claro cuando recuperé hace poco Disturbia, esa revisitación de La Ventana Indiscreta, en clave teóricamente adolescente, que se estrenó hace unos años y que había dejado por ahí aparcada. No es que sea una película como para denunciar a sus responsables, pero sí resulta chocante ese empecinamiento en justificar la deriva de la historia por la actitud de sus jóvenes protagonistas cuando estos de adolescentes no tienen NADA. Y además son insufribles.

Así las cosas, resultaba complicado no estar pensando en todos los clásicos ochenteros de rigor. Esa época que aparentemente tanto mal le hizo al cine infantilizandolo, cuando en realidad todas esas historias compartían un leit motive: hacer que los mocosos fueran los protagonistas, y que los argumentos evolucionaran a partir de esta premisa. De quién fue la culpa de que eso evolucionara en idiocia de mediana edad llegados los 90 (un saludo, Jim Carrey) no lo sé, pero sí tengo claro que esos títulos míticos aun son susceptibles de ser disfrutados por la chavalada de hoy en día. Sin efectos digitales, sin sonido 5.1, pero con historias buenas y bonitas de verdad. Es por ello, y también por celebrar la gira de Phenomena, que va este revival de solo 10 títulos, lo que hará que un buen puñado de joyas se queden fuera de cita.

1982. E.T.

Es frecuente que se señale a Spielberg como el gran culpable de que el cine se convirtiera en simple entretenimiento tras la solemnidad de los años 70. Fue, en todo caso, quien recuperó determinados nichos de mercado, quien consiguió que las recaudaciones crecieran hasta cifras dramáticas y quien aprovechó la bonanza de unos cuantos éxitos para contar (dirigiendo o produciendo) lo que le vino en gana.

E.T. es una película tan prototípica a estas alturas que sobran muchos comentarios, pero la relevancia estaría sobre todo en que abrió la veda a las historias en las que los personajes adultos no tenían por que ser los absolutos protagonistas. Tras años en los que las películas familiares asimilaban a los jóvenes dentro de núcleos en los que eran simples secundarios, o aproximándolos ya a una cierta madurez, Spielberg en E.T. centraba toda la progresión en torno a un chaval que tenía sus cosas y actuaba de aquella manera cuando se encontraba un alienígena extraviado. El público no tenía que llegar a comprender nada de mano de los adultos que lo acompañaban: el punto de vista era el suyo, para bien y para mal.

La peli puso de moda las BMX, hizo que en España quisiéramos eviscerar ranas y deseamos que se popularizara lo de las pizzas a domicilio, pero eso ya son otros temas.

1983. Juegos de Guerra

Otra de las características del cine adolescente de los 80 es que en numerosas ocasiones contó con directores de altura. En este caso John Badham, que se alejaba lo suficiente de las temáticas familiares como para que resultara chocante verlo al frente de una película de este tipo.

Juegos de Guerra cuenta la historia de un supercomputador del ejercito al que accede sin querer un adolescente, quien pensando que era una cosa como de broma está a punto de liarla gordísima, nada menos que arrancando la 3ª Guerra Mundial. Lo que se convierte en una historia de aventuras, con sus fugas, investigaciones y demás, partía de una cosa informática que, alejandose de la ciencia ficción pura, a muchos nos avanzaba el futuro: la fiesta empezaba con el espabilado protagonista contactando con el supercomputador vía modem telefónico, el mismo aparato con el que falsifica sus notas de clase (ese sueño).

La película tiene eso que se llama “pulso narrativo”, y hoy en día sigue enganchando de mala manera por lo bien contada que está. El protagonista se enfrenta a los problemas no por diversión, sino porque no le quedan más narices, y hasta consigue que todo esto sirva para echarse novia. Y sin que nada de lo que sucede le convierta en un triunfador, ojo. O tal vez sí, pero eso no se cuenta en la película, esas cosas antes no eran tan necesarias.

1984. Karate Kid

La película que provocó que todos fuéramos por la vida imitando la Patada de la Grulla. Pero es también una historia en la que de nuevo al joven protagonista se le planta afrontando una situación en la que en esta ocasión el aliciente es la cosa karateka (y con todo en España se empeñaban con el Judo).

Como en Juegos de Guerra, aquí había al frente un director con un cierto lustre. En este caso John G. Avildsen, que si bien tampoco había tenido una gran trayectoria, contaba con Rocky como aval principal, lo que aparentemente le facultaba para enfrentarse a una historia en la que un reto deportivo implicaba un crecimiento personal en el protagonista. Aunque Karate Kid fue un éxito contundente, la carrera posterior del director obliga a considerar que no fue el único responsable del fenómeno.

La película trajo al mundo adolescente lo que llevaba años funcionando dentro de los circuitos de Serie B pensados para el público adulto, películas de artes marciales en las que se importaban pequeños esquejes argumentales de los originales asiáticos (nunca fueron lo mismo). Aquí supieron organizar bien el mejunje: localizada en California, un protagonista que cuajaba con el personaje de listillo poco avispado que equivoca todas sus estrategias para integrarse tras un traslado, el Maestro Miyagi y sus equilibrados consejos morales… Todo iba tan bien que las secuelas posteriores solo podían ser lamentables.

1984. Gremlins

Spielberg se quedo con la cara de Joe Dante después de que este supiera aprovechar tan maravillosamente el éxito de Tiburón dirigiendo Piraña. Pasados unos años lo puso al frente de esta película sobre un bichito encantador al que le salen hermanos con muy malas pulgas cuando se quebrantan una serie de normas, y todo funcionó como tenía que funcionar: como un reloj. Dante, que se había formado en los designios de la serie b y el cine de explotación, tenía una vis cómica notable, y con Gremlins (y el dinero que Spielberg puso encima de la mesa) se encontró con la posibilidad de pasárselo pipa jugando con una historia en la que se mezclaba el terror, el humor y, como no, la juventud.

Aunque de aquella la película no era ni mucho menos para menores, Gremlins se convirtio en una pieza codiciada por algo tan sencillo como es la tendencia natural del ser humano a fijarse en aquellos aspectos de la vida que puedan producir un temor más o menos profundo. Morbo o simples ganas de vivir experiencias, la peli atrajo a los infantes como la miel a las moscas. ¿Y daba miedo? Por supuesto que sí, la mirada del espectador desgraciadamente se ha ido endureciendo con el paso del tiempo por cosas como el poco respeto por las franjas de edad en las parrillas televisivas. Con todo Gizmo era adorable, en el fondo también te reías y siempre quedaba el consuelo de saber que eso no te iba a pasar a ti, que no te la iban a colar los malditos mogwais desactivando el despertador para poder comer pasada la media noche.

1985. El Secreto de la Pirámide

En esencia, contar una historia de Holmes y Watson de adolescentes y conociéndose en un internado. Dejando eso a un lado, una película muy seria y muy compacta, decididamente alejada de cualquier intento de infantilización del discurso para epatar con su audiencia potencial. Uno de esos casos en los que disfrutaban tanto los padres como los hijos, casi una rareza en la que es imposible no terminar con una sensación de vacío al no haber existido jamás una continuación.

Uno de los grandes puntos a favor es el guión de Chris Columbus, el mismo responsable de los guiones de Gremlins y Los Goonies, y de que el cine juvenil perdiera el norte tras el éxito, años después, de Solo en Casa. El Secreto de la Pirámide, originalmente El Joven Sherlock Holmes, es capaz de aunar en su base misterio, comedia, acción, desacomplejada aventura y unas ciertas dosis sórdidas que solo podían encandilar a la chavalada. Conto, además, con un par de secuencias de efectos especiales de esos que te anclaban a la butaca, y revisitada con unos cuantos años de distancia maravilla por el respeto con el que trata el material de partida de Conan Doyle.

1985. Los Goonies

Quizás una película directamente icónica, uno de esos fenómenos que sobreviven en el tiempo para definir, de alguna manera, a una generación, algo que quedaba claro en la reciente Super 8 de JJ Abrams, en la que se recuperaba el factor grupal para intentar que la sensación de aventura se disparara en diferentes direcciones.

Los Goonies jugaba con otros elementos que fueron los que propiciaron este éxito. Tenía, como en casos anteriores, a un director solvente al frente (Richard Donner, La Profecía), una buena historia en la que la necesidad empujaba a la aventura (evitar deshaucios), un grupo de protagonistas bien definidos y múltiples referencias populares de la época, desde Cindy Lauper sonando por la radio a la bola de rayos en el desván. Una película que ahora es quintaesencia de los 80, pero que originalmente solo era una narración que tomaba forma gracias a los elementos que en aquel momento definían en parte a la sociedad americana.

Si bien es cierto que en los últimos tiempos parece haberse puesto de moda renegar de ella, no creo que objetivamente tenga demasiados puntos reprochables atendiendo al hecho de que se hiciera para entretener. ¿Que perviviera en el tiempo? Bueno, tal vez no hubo otras tan divertidas…

1986. Cuenta Conmigo

Rob Reiner tuvo durante los 80 y el arranque de los 90 una trayectoria como para darle varias veces las gracias. Incluso su película posterior, La Princesa Prometida, se merecería figurar aquí, pero aquí adaptaba a Stephen King y ya la cosa es más seria.

Si Gremlins atraía por su componente terrorífico y El Secreto de la Pirámide ganaba puntos por los detalles “escabrosos”, en Cuenta Conmigo directamente la historia se sustenta en un acontecimiento trágico y morboso: el viaje en busca de un cadáver por parte de un grupo de adolescentes. En este caso, la aventura no tiene nada que ver con efectos especiales ni con carreritas: los cuatro irán asumiendo sus más o menos penosas existencias mientras se acercan al objetivo.

Esta es, directamente, una peli que no parece tener cabida en los tiempos que corren. Si se narra una historia seria con adolescentes, probablemente sea algo para publico adulto; si se piensa en publico joven, no parece ya admisible tal seriedad. Cuenta Conmigo no es una cosa de llorar ni de sobrecogerse, pero tampoco de mantener la risa a perpetuidad ni nada por el estilo. Es, en cierto modo, un antecedente de lo que años mas tarde podría definirse como la nostalgia, y un gran ejemplo de como se le puede servir en bandeja al sector joven de la audiencia una historia en la que no se esconden hechos tan indiscutibles como que las tragedias están ahí, sin tener que resultar espectaculares ni esencialmente interesantes. O al menos no tanto como el camino que lleva a ellas.

1987. Una Maravilla con Clase

A John Hughes le endosaron el título de cronista oficial de la juventud norteamericana de los 80. Si no hubiera fallecido ya, seria interesante preguntarle ahora qué opinaba de tal cosa. Con todo sí es cierto que de su mano salieron una serie de guiones en los que tal vez no se aprecia ese retrato sociológico, pero sí el acercamiento a determinadas claves del relato (post)adolescente desde una perspectiva, por decirlo de alguna manera, culta, algo que ofreció en Todo en un Día una secuencia absolutamente maravillosa de la que ya hablé hace tiempo.

Aunque se tiende a destacar de su filmografía El Club de los Cinco, su impronta en Una Maravilla con Clase resulta mucho más atractiva. Tal vez por llegar en una época en la que el mundo volvía a cambiar (el crack del 87 ya estaba teniendo avisos en el tejido social en forma de deslocalizaciones y especulación), la historia de amoríos triangulares en la que se mezcla la inadaptación escolar como trauma recurrente crece al dibujarse una cierta marginalidad en los personajes. Por supuesto, todo terminará como tiene que acabar, pero incluso en ese sentido podría sobreentenderse una cierta toma de conciencia por parte de los despistados jóvenes de turno.

1987. Jóvenes Ocultos

Esta es una película que mola, directamente. Coincidente en el tiempo con Una Maravilla con Clase, aquí se da bien empaquetado un cocktail que contiene buena parte de las claves que fueron caracterizando todo este cine: superación de un conflicto, resolución de problemas familiares, sentimiento grupal y gran presencia de las modas de la época. En este caso una historia de vampiros modernísimos, unos estilizadísimos macarras que nada tienen que ver con los chupasangres llorones que han ido triunfando en los últimos años.

Si la película de Hughes miraba hacia un entorno social, esta jugaba con el hedonismo. Que sean géneros completamente diferentes resulta absolutamente circunstancial: ese mismo año se estrena Los Viajeros de la Noche, una película que coincide en ciertos aspectos con Jóvenes Ocultos, pero que, sin abandonar la presencia juvenil, focalizaba más la dirección de la historia hacia la desesperación y lo existencial.

Jóvenes Ocultos era, a su manera, una película anacrónica, ya que el mundo estaba cambiando pero aun no se sabía como lo iba a reflejar el cine de entretenimiento. En su vacuidad aun manejaba conceptos moderadamente adultos si tenemos en cuenta el público para el que estaba pensada. La duda estaba en como se seguirían contando las historias.

1989. Las alucinantes aventuras de Bill y Ted

Bill y Ted son un par de gañanes de instituto que tienen que conseguir aprobar el curso si no quieren que a Ted sus padres lo envíen a una academia militar. Esto es un gravísimo problema, pues en el futuro salvaran a la humanidad creando un dúo AOR, motivo por el cual se enviará al pasado a Rufus, quien les dejará una cabina telefónica especial para que puedan viajar en el tiempo y así preparar el examen de historia que les salve del suspenso.

Esta película avanza en cierto modo lo que serían los años 90. Los protagonistas tienen la indisimulada profundidad de una patata, y la sucesión de gags de humor blanquísimo se sustentan en presentar el espacio mundano como el plató en que se desarrollan los entuertos. Ya no hay una acción argumental que sirva para desarrollar la historia: uno de los ejes principales pasa por ver qué hacen sueltos por un centro comercial Aristóteles, Napoleón o Genghis Khan. A pesar de todo, sigue siendo una peli disfrutable y divertida, pero muy alejada de cualquier tono de seriedad pasado a la hora de abordar la ficción juvenil.

Publicación original: enimaXes

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Iago González

Director de Máscaras y responsable del departamento audiovisual de I.G.. Especialista en contar las realidades que son, y las que pueden ser, desde enimaXes.

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